lunes, 14 de junio de 2010

Cuando el tamaño importa (en el rock)


En 1985, en Río de Janeiro, nacía un espectáculo musical faraónico: Rock in Rio. El próximo viernes abre sus puertas en Madrid su segunda edición española. Repasamos con su fundador una aventura de 25 años guiada por una filosofía: nada es imposible.

Cuentan que Paul McCartney, vegetariano militante, pidió que mientras actuaba en Rock in Rio en Lisboa no se sirviera carne en un kilómetro a la redonda del escenario. "Es verdad", confirma Roberto Medina, el fundador y director del certamen. ¿Y qué hicieron? "Le dijimos que en el recinto del festival se podía intentar, pero que un kilómetro a la redonda iba mucho más allá y que no íbamos a ir bar por bar y restaurante por restaurante prohibiendo servir carne", explica, haciendo ese gesto universal agitando los dedos de una mano que significa "¿qué se cree?".

Aquella actuación fue en el año 2004. Se trataba de la primera vez que la marca Rock in Rio abandonaba su país de origen y se movía al otro lado del Atlántico. El pasado fin de semana se celebró la cuarta edición portuguesa, y el viernes comienza la segunda de Rock in Rio Madrid, dos años después de la primera en el mismo lugar, un elefantiásico recinto llamado Ciudad del Rock, construido ex profeso en Arganda del Rey, a 22 kilómetros de la capital.

En enero se cumplió el 25º aniversario del primer Rock in Rio, aquel que se celebró en la Barra de Tijuca, en Rio de Janeiro, en enero de 1985. "No había nada, tuvimos que inventarlo todo", recuerda Medina en su oficina de Madrid. Narra con todo detalle cómo creó una estructura de tuberías subterráneas que bombeaban cerveza desde camiones cisterna hasta las barras. O cómo diseñó la distribución de las luces. "Creé una estructura potentísima llamada 'estructura monumental' para iluminar la platea. Pensaba en la televisión. Les dije: 'Lo que pasa en el escenario ya lo enfocan los equipos de vídeo de los grupos, las imágenes que vais a conseguir ahí son la misma mierda de todos los conciertos. Lo que pasa abajo es lo que es único, 250.000 personas cantando con Freddy Mercury. Eso es lo que hay que iluminar".

Su forma de ver el festival es muy distinta a la de los promotores míticos. No se vende como el joven ingenuo Elliot Tiber, al que un sueño, Woodstock, se le fue de las manos. No es Michael Eavis, un ex hippy que aún dirige Glastonbury desde la cocina de su granja. Él es un productor, un logista, un publicista, un hombre de negocios. "Los festivales del mundo, todos, están hechos por promotores. Contratan a grupos y venden entradas. Yo he hecho un proyecto de comunicación que tiene bandas, que también vende entradas, pero su recaudación, el 55%, procede de las marcas. Cuando los tiques se ponen a la venta, una parte importante está ya pagada".

Es una diferencia básica. En su biografía, que no casualmente se titula El vendedor de sueños, narra el hecho fundacional de la dinastía. Abraham Medina, su padre, al que admira profundamente, era dueño de la cadena de electrodomésticos más grande de Brasil. En 1959 decidió adelantarse a los competidores comercializando uno nuevo: el televisor. Compró miles de aparatos y lanzó una campaña para colocarlos en todos los hogares del país. Pero no funcionó. Los aparatos acumulaban polvo en un almacén. Abraham analizó el problema y llegó a una conclusión: si no se vendían era porque no había nada que ver. Su solución, crear una productora que elaborara contenidos para las cadenas. Su producto, Noite de gala, un programa espectacular con una orquesta sinfónica dirigida por Tom Jobim y especializada en traer a grandes nombres internacionales del espectáculo. Funcionó.

Algo así es Rock in Rio. Un festival, pero también un espectáculo familiar de sábado por la noche. Es un fenómeno tan único que resulta confuso. Dónde situar un concepto en el que, como ocurrirá en Madrid, cabe Miley Cyrus, el fenómeno de fans más prefabricado del momento, y Motorhëad, el grupo de rock and roll más real que ha visto jamás el planeta. Cómo valorar un lugar tan excéntrico que las estrellas del anticapitalismo como Rage Against The Machine actúan entre centros comerciales y pases de moda. "No es para un nicho, quiero que sea para todas las tribus. Para todo el mundo, padres e hijos. Claro que es un modelo distinto. Por supuesto que es comercial. Todo lo es en este mundo. Mi propuesta es que sea cómodo para jóvenes y mayores. Con el mejor sonido, el mejor escenario. Tiene que ser comercial. No tengo nada contra modelos distintos como el FiB, pero este es el mío".

Tampoco oculta que la pata española de su marca es la que más quebraderos de cabeza le da. Cuando decidió montar aquí el festival, se mudó a la capital. Y en Madrid vive hace tres años. "Es la única manera de conocer el sitio. Moverte por las calles, conocer a la gente. Reconozco que hubo un momento en que estuve a punto de dejarlo. Tenía casi sesenta años. No tenía por qué pelear tanto. Pero me gustan los retos y recordé la primera vez.

Según cuenta, a mediados de los ochenta, con treinta y tantos años y una posición holgada, decidió hacer algo por su ciudad y su país que salían de veinte años de una oscura dictadura militar. "Quería hacer algo alegre para los jóvenes". En su camino se cruzó una marca de cervezas que quería renovar su imagen. Él, que no rehúye términos como visionario para definirse, les propuso hacer un festival de rock. Pero no uno cualquiera: el más grande del mundo. "Yo no sabía la poca tradición de traer grupos que había en Brasil. Ni que eso tenía importancia. Yo pensaba que si tenías patrocinador, pagabas un caché y hecho. Pero hice presentaciones en Nueva York para los agentes de 70 grupos y conseguí 70 noes".

Su única experiencia había sido llevar a Frank Sinatra a una serie de multitudinarios shows a Río. Al final recurrió al agente de la estrella. "Le dije que me encontraba en una situación difícil. Sólo quería que la prensa me escuchara". Le echaron una mano para convocar una rueda de prensa. Gracias a la cobertura, asegura, "al cabo de dos días los agentes hacían cola". El primero en firmar fue Ozzy Osbourne. El ex cantante de Black Sabbath era el rockero con peor reputación del mundo. La leyenda decía que cada noche decapitaba a un murciélago con la boca en el escenario. "Yo no sabía si era verdad, pero se lo prohibí por contrato… por si acaso". En su segundo concierto en Rock in Rio, alguien arrojó al escenario una gallina. "Se rió, pero no la mordió", cuenta Medina.

Todo era nuevo y excitante, recuerda un cuarto de siglo después. Y problemático. "Queríamos contar con AC/DC como fuera, pero había un problema. Ellos viajaban a todas partes con una campana de metal que pesaba tonelada y media, para dar un único gong. Llevarla hasta Brasil costaba una fortuna". Medina intentó por todos los medios convencer a los australianos de que no trajeran aquel cachivache. Pero no hubo manera. Sin campana no había banda. "Al final transigí. Se trajo, se montó y sonó. Años después, el jefe de tramoyistas me confesó que descubrieron que era imposible que el escenario aguantara su peso. Así que lo que vimos fue una reproducción en escayola y el sonido estaba grabado. Pero en aquel momento nadie se atrevió a contármelo".

Con el tiempo, esa primera edición de Rock in Rio ha entrado en la mitología de las grandes cifras. Fueron nueve noches y 1.300.000 asistentes. En 1991 hubo segunda edición. Pero ya era algo más pequeño. No se celebró en la Ciudad del Rock, sino en el estadio de Maracaná. Los cabezas de cartel fueron Guns N' Roses, Judas Priest, Megadeth, George Michael y Prince. "Prince pidió a última hora 300 toallas blancas en el camerino. Teníamos 30, era festivo, estaba todo cerrado y no sabíamos qué hacer. Al final mandamos a nuestra gente a los hoteles a comprar toallas al precio que fuera. Lo conseguimos. Y el muy… sólo usó tres", recuerda Medina.

Habría una tercera en 2001. R.E.M., 'N Sync, Oasis, Iron Maiden, Neil Young, Red Hot Chili Peppers y Guns N' Roses. Estos últimos traían una nueva formación que incluía a Nick Oliveri, un músico salido de las filas de Queens Of The Stone Age. Apareció en el escenario desnudo. Fue detenido por escándalo público y puesto después en libertad.

Resulta curioso que una banda como los Guns N' Roses repitiera. Problemática y dada a hundir por capricho cualquier planificación previa, no encaja en un certamen que presume de tenerlo todo medido al milímetro. El mismo Medina cuenta cómo antes de la primera edición, cuando le dijeron que en los festivales de rock los horarios eran simplemente una referencia y que nunca se cumplían, reunió en una cena a las estrellas y les advirtió de que un retraso de más de cinco minutos significaría no cobrar. "Yo me guío por encuestas. Pregunto quién quiere ver el público y con los resultados hago una lista. Y voy a por el primero. Si es Guns N' Roses, mala suerte para mí. Pero creo que es lo más democrático. Yo no monto el festival para mí, sino para el público".

Para la edición española de este año hizo sus encuestas. En rock le falló el primero: AC/DC, pero consiguió al segundo, Metallica. En pop, la más solicitada era Shakira. Cuando la consiguió, fue a por la segunda, la caribeña Rihanna, y también la ha logrado. "A día de hoy, 4.600.000 personas han ido a algún Rock in Rio. Creo que en la edición española de este año conseguiremos llegar a los cinco millones. Y lo que más me enorgullece es que no hemos tenido ni un solo incidente, ni uno".

Rock in Rio Madrid se celebra los días 4, 5, 6, 11 y 14 de junio en la Ciudad del Rock de Arganda del Rey. Entradas y abonos a la venta en El Corte Inglés. Más información en www.rockinriomadrid.es.

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